BAJO LA LUZ DEL UMBRAL

Acaba de ser publicado el Libro del umbral, nuevo poemario de Ernesto Zumarán. He aquí una conversación no solo sobre este reciente libro sino también de otros temas y muertes.  




Pese a tener varios poemarios, un libro de relatos e incluso una novela, empiezas a publicar hace no mucho tiempo, ¿a qué se debe todo esto?

A una razón fundamental: Escribir poesía ha sido siempre para mí una extraña aventura que se ha limitado a la escritura misma, a la experiencia del lenguaje per se. Es en ese sentido que he procurado agotar el texto hasta su máxima cualidad, que es en donde radica esencialmente la experiencia esencial del poema. El hecho es que me he preocupado más por  la escritura del poema que por su publicación. He olvidado al lector, si pudiera llamársele así.


En tu anterior poemario Los templos ausentes le dedicas a tus abuelos Fausto y Julia. Ahora, en este último aparece una dedicatoria a tus compañeros de Argos, ¿qué recuerdos tienes de aquella época?, ¿qué representa o representó para ti Argos?

El Círculo Literario “Argos”, fue un grupo de poetas que se forjó por los años iniciales de los 90. En esa época hubo un esfuerzo por alcanzar un nivel importante en la estructuración del poema, pero la formación fue muy incipiente. De esa época sólo me queda la nostalgia de una fresca amistad, y a la cual le rindo homenaje desde este pequeño espacio de olvido.

Con respecto al Libro del umbral y conociendo uno de tus trabajos primigenios, Todavía el paraíso, lo que uno puede apreciar es ese tránsito no solo expresivo sino también técnico, ¿qué móviles te condujeron a la intertextualidad?

Bueno, te hablaba de una incipiente formación en los 90. Fui consciente de ello,  por lo que me avoqué a un estudio más profundo de los recursos técnicos del poema y del lenguaje. El resultado es que incorporé en este libro, aunque en los anteriores ya existían amagos, recursos como el referente intertextual,  la voz polifónica,  la imagen polisémica, el collage,  entre otros. Sin embargo,  la intertextualidad tiene muchos caminos y vertientes, de los cuales uso algunos que sean ajenos a la pretenciosidad y a la ostentación, sólo los más sutiles que encajen con mi lenguaje poético.

¿No consideras que todo este giro le quita nervio, sangre a tu poesía?

Ningún recurso técnico le resta densidad al poema si está muy bien incorporado. Por el contrario, lo nutre ventajosamente, le otorga intensidad si en el proceso de incorporación, éstos se trasmutan, logrando la invisibilidad que definitivamente enriquece el poema. En lo que respecta a como he aplicado estos recursos, he tratado de asimilarlos con sumo cuidado, escribiendo el poema sin perder la tensidad, la pulsión necesaria trascendental a la cual debe sujetarse todo recurso técnico, sin superarla.

Por otro lado, en este y el anterior poemario, Los templos ausentes, aparece un título, Día púrpura, que se replica, siendo sus contenidos diversos en ambos poemas. Asimismo, en Libro del umbral otro título se repite, Los poetas muertos, salvo que uno de ellos tiene una especie de subtítulo, ¿es acaso una cábala literaria?

En efecto, existe un afán de totalizar (efecto que no creo haber logrado) el sentido del poema. Pero, más que totalizar lo que pretendo es arribar a un texto que, apoyado en leves modificaciones, dé la sensación de que nada ha acabado, que todo recién empieza, algo así como una especie de eterno retorno ad usum. En suma, de lo que se trata para mí es agotar el texto hasta su máxima cualidad, como ya lo he dicho, echando mano a la repetición de  títulos y sub títulos, o trozos mismos de algunos versos intercalándose en otros poemas, de tal manera que brinde la sensación de movimiento, como una marea que empieza y termina siempre, que vuelve a empezar y a terminar como es la realidad en la vida misma.

En El círculo perfecto, uno de los dieciocho poemas que integran este libro, se aprecia tu acercamiento hacia el budismo. ¿En qué medida te ha influenciado esta filosofía religiosa?

El poema del que hablas fue escrito después de una lectura del Kamasutra, el que, como todos sabemos, es un antiguo texto hindú que trata sobre el comportamiento sexual del hombre. La previa reflexión de este texto singular me permitió concebir este poema, amén de la carga reflexiva que ya traía tiempo atrás sobre el erotismo. El poema en sí concibe el amor de los cuerpos  no tanto como un juego carnal como la mutua proyección de dichos cuerpos en los amantes. En consecuencia, más que influencia poética de una cierta filosofía es el uso consciente de un texto que ha permitido, como repito, la confluencia de dos actores que buscan en la profundidad de las cosas y sus actos la no dualidad, la comunión religiosa de sus cuerpos a través de los cuales puedan alcanzar la plenitud y el vigor absolutos. En ese sentido, el erotismo es para mí no la exposición o exhibición (los términos no asustan) de los cuerpos dentro de una escena prosaica sino la ritualidad idealizada que ejecutan esos cuerpos en ese espacio inaugural y profundo en donde logran hallarse y reconocerse únicos y eternos. .  De igual modo, el poema inicial del libro La casa vacía, no fue escrito con la intención de poner de relieve la angustia existencial del ser humano sino que también lleva la marca de uno de los fundamentos del budismo como es la vacuidad, en cuanto a que el vacío es entendido como el arribo a la iluminación como consecuencia de una mente no dual. Sin embargo, si bien el poema no va en esa dirección, toma de ese mantra búdico el aliento y su enigma.

El tiraje de las ediciones de poemarios cada vez disminuye. De 500 a 300 ejemplares. Con el tiempo se editarán para solo ser distribuido entre los mismos poetas y otros gatos, ¿sirve de algo reflexionar al respecto?

Debemos recordar siempre ese hermoso verso del poeta Eduardo Chirinos, cuando escribe: “Todo poema, por el hecho de serlo, es un acto de amor”.  Hago mía esa reflexión para responder a tu pregunta.

¿Cómo ves el desarrollo de la literatura hecha por las nuevas generaciones de jóvenes en Chiclayo?

Para mí, el contexto literario lambayecano actual es mucho más claro y transparente que el de la década de los 90. A partir del 2000, me parece se deja de lado ese perfil subterráneo que casi imperó en la década pasada. Es obvio que existe una cierta continuidad en cuanto a los aportes literarios y poéticos, sin embargo, es indudable que las propuestas están mejor definidas, y como consecuencia de ello, existe una mejor confianza en el uso de los distintos lenguajes poéticos. Tal vez, una semejanza que ostentan ambas décadas es precisamente las opciones diversas de los registros poéticos.  Cada una con una propuesta válida y contundente. Dentro de este orden, si hablamos de los libros publicados, te puedo mencionar en primer lugar los libros colectivos publicados por el Grupo “Signos”, donde se puede apreciar  el dominio de una visión que de inmediato se pone en escena, no obstante su reflexividad. De hecho, los poetas que formaron parte de este grupo, pusieron la primera piedra en el posterior desarrollo de la subsiguiente poética. Allí están las voces inconfundibles de César Boyd, Abad Azcurra, Ronald Calle y Cronwell  Castillo, siendo este último quien ha escrito un libro: “Estética de las Revelaciones”, donde anuncia un lenguaje que yo también estoy buscando, “un lenguaje misterioso y sagrado” desde toda perspectiva. Otro libro no menos importante es el de César Boyd: “2012 y otros poemas”, que es uno de los mejores de la poesía lambayecana que he leído en estos tiempos, por el uso magistral de los giros lingüísticos, el dominio que tiene aquí el poeta al adentrarse  a su propio infierno me llama mucho la atención, y que sólo puede ser atribuido a una mente que lee y aprehende el mundo desentrañando sus códigos de violencia hasta enceguecerse descomunalmente. Puedo citar  también a Ernesto Facho, quien pese a su juventud muestra ya un dominio pleno de su espacio poético. Es una voz en la que se prevé un desarrollo más amplio y que nos dará, a la postre, más grandes satisfacciones. Cito a Luis Bocelli, que no he tenido la oportunidad de contar con sus libros para leerlo con mayor detenimiento, sin embargo, esporádicamente he leído algunos textos suyos, y de hecho, estamos también ante un poeta trascendental que asume un lenguaje bidimensional que no ha merecido, creo yo, una mejor atención de su trabajo. Dentro de la poesía femenina, definitivamente hay dos representantes muy destacables: Matilde Granados y Rosakebia Estela Mendoza. Cada una con un lenguaje propio y altamente lírico, haciendo uso de una economía de recursos que logran alcanzar una visión depurada y prístina,  a la que se avocan con creces a ese sujeto poético femenino que canta y decanta dentro de nuestra poesía lambayecana.

¿A qué poetas peruanos has leído recientemente y te han resultado interesantes?  

Te cito algunos: Miguel Ildefonso, Jerónimo Pimentel, Manuel Fernández,  Martín Zúñiga, entre otros. Ellos han logrado alcanzar un lenguaje poético superlativo, en el sentido de que sus propuestas son bastante interesantes; por ello, siempre vuelvo a sus textos cada cierto tiempo para aprehender la esencialidad de los mismos. Después, siempre estoy releyendo la poesía de Cisneros, Rodolfo Hinostroza, César Calvo, Leopoldo Chariarse, Vicente Azar, en donde encuentro siempre un mundo indescubierto. Por algo dice Pimentel que todo poeta es insular.

Alguna vez mencionaste que el Gran Problema actual de la humanidad consistía en la absoluta indiferencia ante la muerte palpable de nuestro Planeta, en complicidad con la parafernalia capitalista. ¿Se avizora alguna solución?

Creo que la estupidez humana ha llegado a límites impensables. Sin embargo, también creo que existe una solución. El mundo está tratando de acomodarse a la nueva situación que actualmente vivimos. Pero, lo que sucede es que “esa nueva situación”  a cada momento es siempre una nueva situación. No bien se termina uno de sentarse en un lugar, ese lugar ya es otro lugar como por ensalmo. A esta peculiar situación los “especialistas” le llaman  sospechosamente “globalización”. De modo tal que,  paradójicamente, nadie se entiende, y a esa extraña situación el imperialismo echa mano con el fin de confundirlo aún más todo. La llamada globalización es un invento de ellos con el objeto de tenernos a todos parametrados y cogidos de los cojones. La solución, no obstante, se dará cuando ese imperio se disuelva en la nada, como todo en la vida.

¿Es la izquierda aún esa alternativa que el mundo espera?

La izquierda nunca dejó de adolecer de su enfermedad infantil. A estas alturas, representa una opción estancada, al menos que logre superar esa enfermedad “crónica”.

En alguna parte también comentaste que para ti la vida sin un ideal romántico no podía ser vivida, ¿de qué ideales específicamente hablabas?

El romanticismo, entendido como ese ideal que no se subordina  a eso que algunos llaman la “cloaca de lo factual”,  que entraña toda concepción pragmática, cientificista y tecnológica que oprime al hombre contemporáneo,  definitivamente nos ayudaría mucho, y no tanto como un refugio existencial sino como la posibilidad de liberar nuestro espíritu mediante la adquisición de  una “conciencia histórica idealizada” que nos ayude a rescatar las fuerzas interiores que el hombre posee en su Ser y que parece que ha olvidado que las tiene, embadurnado como está  en este de mundo de meros desplazamientos y equívocas actitudes. Entonces, el Ideal Romántico, a través del lenguaje poético  lleva a cabo su mayor exaltación, por cuanto contiene en su esencia, como ya lo ha dicho un filósofo español “la aspiración ideal del hombre” a unirse con el Todo en cada acto cotidiano de su vida. Es, sin lugar a dudas,  lo que necesita el hombre de hoy para desplegar por fin toda su imaginación, la que a través del arte,  lograría desarrollar una verdadera plenitud.

Y sí se diera el caso de que pudieses elegir el modo de tu muerte, ¿cómo sería ésta?

Me basta elegir cómo vivir.


EL LADO ADOLORIDO DE LA CAMA




Resulta que hoy, luego de haber visitado a un joven amigo convaleciente en el segundo piso del Almanzor Aguinaga, recuerdo una de las menciones de Schopenhauer sobre la muerte, en el que citaba la vieja costumbre griega de adornar sus sarcófagos con bajorrelieves, figuras que simulaban fiestas, bacanales, danzas, en pocas palabras imágenes de una vida más alegre y animada. Este contraste tan chocante para el entendimiento occidental era ensalzado en la antigüedad de una manera tan natural y a la vez alegórica que, aunque trate de evitarlo, hoy me resulta difícil de trasladar a este crucial momento que vive mi buen amigo Antonio Salerno.

Todo empezó hace un mes, cuando este joven narrador, prevenido por una ligera hinchazón en el lado derecho de su cuello fue a consulta con un médico. Lo primero que le recomendé fue la calma. No era para menos, se sentía acuciado por la letal amenaza del cáncer. Pese a mis palabras noté cierto pesimismo que, vaya, con el paso de los días se fue mezclando con una sobrecargada dosis de sorna. Lo bueno es que aún le asistía el buen humor,  la sonrisa y las ganas de enviar mensajes de texto.

–En mi familia –me escribió a mi correo eléctronico–, ya han muerto un par de parientes casi tan jóvenes como yo. Todos con cáncer.
–¡Diablos! –le contesté– Pero de todas maneras tómalo con calma.
–Sí, de hecho –me replicó–, estoy decidido a afrontarlo. Lo que más me reconforta es que antes de morir publicaré La cama.

Salerno, hace tres meses me entregó el manuscrito de su ópera prima, La cama miserable. Se trata de una nouvelle recreada en una ciudad imaginaria, creada por él en su infancia; una historia de amores juveniles y de decepción y despojo, desprendida de pretensiones, aunque lograda para ser un proyecto emprendido por un Antonio de dieciocho años. Aparte de esta obra, hace unas semanas también me pasó uno de sus últimos trabajos, una novela mucho más densa, que consta de cuatrocientas páginas y que me resulta gratificante saber que alguien, un talentoso e inteligente joven de estos territorios emprenda semejante empresa.

El que me hubiera mencionado, a pesar de sus circunstancias, su intención de publicar La cama miserable y ya olvidarse de aquellas páginas escritas, no tocarlas, además de leer el primer capítulo de su otro trabajo, La casa de los cuervos, percibí su convicción de convertirse en un escritor profesional, esa fe de los veintitantos años que ni siquiera la muerte parece someter.       

–No lo dudes, brother –me reafirmé–, la edición estará lista lo antes posible. Pero por el momento tienes que hacerte esos chequeos.

Sin embargo el día en que le realizarían unos exámenes, lo llamé apremiado con la intención de hacerle desistir. Le dije que tenía que acudir a una entrevista con un medio local y que pospusiera cualquier análisis. Todo fue una mentira planeada por mí. La verdad es que algo me decía que aquel muchacho no quería saber nada de evaluaciones médicas. Y mucho menos patológicas. Hace dos semanas, en un viaje que juntos hicimos a Trujillo, lo noté preocupado. Así que lo que mejor le vendría, pensé, era que vaya a la disco con alguna nena o visite la playa. Ya, Salerno, olvídate de esas cosas. De pronto es un barrito inflamado. A esa edad el acné no deja de joder. Relájate. Es una paranoia tuya.    

Mas él no me obedeció y después de varios días supe que estaba internado en el Almanzor. Fui a verlo después que le detectaron dos tumores.

–Van a tener que operarme hoy mismo –me comentó-, pero descuida, que no es cáncer.

Me sentí aliviado, aunque en el fondo, hubiera deseado que otro fuera el final, un final en que mi joven amigo tuviera cáncer y muriera. Y que la primera  edición de La cama miserable resultara póstuma. Y de que al tercer día de agotado el tiraje de 1000 ejemplares, Antonio Salerno resucitara entre los muertos.

Pero no, al cabo de una hora de intervención quirúrgica, mi amigo reposaba aliviado, con el cuello vendado y pegado a la cama, viviendo recién en ese momento el lado adolorido de su propia cama miserable de hospital.




(Publicado en semanario Expresión, edición Nº 855, 27 de marzo 2014: http://www.semanarioexpresion.com/columna.php?cl=culturales&edicion=855)