Hace un tiempo conocí a Gilmer Fernández, un joven de 33 años que pese a su cuadriplejia no se le resquebrajaba el alma. Por el contrario, sus ganas de vivir permanecían latentes más allá de que sólo pudiera mover la cabeza y apenas los brazos.
Hace poco encontré un texto inédito referido a la visita que le hice en su pueblo natal, Pucará (Jaén, Cajamarca) y el cual ahora posteo inaugurando este blog en el que postearé solamente artículos y crónicas.
Prometí volver a visitarte Gilmer y otro junio ha pasado sin cumplir esta promesa. Y encima perdí tu número pero seguro que este año si estaré por allí.


La permanente incertidumbre de vivir


Luego de cinco horas de viaje llegamos a Pucará. Bajamos del bus junto a mi primo Kala y el sol nos abrazó con mucha calidez. Era necesario ubicarnos bajo la sombra. Por suerte el viento acudía a refrescarnos las mejillas, el cuerpo. Los cerros a lo lejos vestían trajes grises y las nubes deambulaban con cierta lentitud. Por primera vez visitábamos aquella ciudad y esperamos a que el sol se oculte detrás de algún cerro, pero esto demoraba. Teníamos sed. Cogimos la mochila y enrumbamos hacia la casa de quien era motivo de nuestro viaje.

A pocas cuadras hallamos a una simpática chica. Le preguntamos si conocía a Gilmer Pérez. Se puso a pensar y de pronto dijo: “Ah, Nandito”. No, el se llama Gilmer Pérez Fernández, repuse. “Claro, Nandito, vive allí, al lado de aquella mototaxi”. Iba a darle más detalles sobre él pero era vano. La vimos irse metida en ese vestidito de aire, ondeante y que no cesaba de esculpir sus caderas. Llegamos a la casa y preguntamos por Gilmer Pérez. “Nandito les espera a la vuelta. Hay otra entrada. Lleguen a la casa donde hay una banca, es la única que tiene una en toda la calle”, nos refirió otra chica. Entonces ya habíamos ubicado a Gilmer o, mejor dicho, a Nandito.

Serían las 5 de la tarde. Un señor lo sacó en brazos y lo hizo acostar en un sillón. Nos saludamos y él nos presentó a su tío y a David, su primo. Estaba delgado, la pierna derecha la tenía amputada y gran parte de su cuerpo no lo podía mover. “Tiene cuadriplejia”, me había dicho mi amigo Marco Flores Tucto, cirujano que hace poco lo había operado. “Y verás la fuerza que le pone a la vida pese a sus enormes dificultades. Tienes que conocerlo”, concluía diciéndome a través del celular. Con Nando hablamos del viaje y recordó esa subida al cuello, alto tramo que hay que pasar antes de descender hacia Pucará, tan conocido y temido. Al llegar a la cima y con tanta neblina a mí alrededor hasta parecía un angelito, le comenté sonriendo. Y él también sonrió. Desde que lo vimos no pudimos distinguir muestras de recelo o temor alguno. En su rostro no faltaba una sonrisa y no se cansaba de saludar a las personas que pasaban por aquella avenida, la Jaén. El movimiento de sus brazos los había recuperado mediante terapia y al momento de alzarlos era como si Dios los estuviese guiando desde arriba, siendo un gran y bondadoso marionetista.

Todo esto había empezado a partir de un inesperado accidente. A inicios del 99 Nando volvió a Pucará, su tierra. En Lima el negocio de ropa le iba mal pese haber tenido momentos exitosos. De modo que su familia logró convencerlo para que se dedicase a sembrar café. Alquiló un amplio terreno y compró un mototaxi. Y es precisamente manejando este vehiculo que sufre el accidente. Yendo a Chamaya, un camión apenas le rozó la parte trasera y lo arrojó hacia la pista junto al pasajero que llevaba, quien en realidad era el chofer de la moto sino que aquel día se sentía mal y en Cuyca se negó a seguir manejando. Así que el destino parecía estar escrito. Nando subió a conducir y al poco tiempo sucedió la tragedia. “Fue en noviembre, cuando cursaba el segundo ciclo”, nos cuenta a nosotros y a algunos de sus amigos que han llegado a visitarlo. “Y hasta recuerdo la placa del Fuso: WC 8480. En caso lo vean pásenme la voz al toque”, sonríe.

Mientras estuvo tirado en las brasas de aquella carretera siempre estuvo consciente. A pocos minutos quiso levantarse y cuando estuvo de rodillas la cabeza se le fue hacia delante y cayó de bruces. Su compañero desangraba a escasos metros. El cuerpo no volvería a responderle. La medula había sufrido una lesión fatal. Recuerda haber visto pasar tres combis cuyos chóferes lo conocían y ninguno le auxilió (uno de ellos, años después, murió en similares circunstancias, sin ser auxiliado). Sólo el cuarto chofer detuvo su marcha y le acomodó la cabeza en una posición en que pudiera respirar y le preguntó su nombre para que avisara a sus familiares.

Lo llevaron a Jaén y después a Chiclayo. Al saber que tenían que amputarle la pierna decidió mejor morir. “Pero gracias a las palabras de mi tío Jorge cambié de idea”. Se acomoda el pelo y la noche se ha tragado a los cerros y sólo es perceptible la tranquilidad de aquella pequeña ciudad. Pasados unos meses tuvieron que internarlo en Lima. “Con el dinero que han gastado en mí mejor hubieran comprado un Volvo”, dice haberles dicho a sus familiares, entre broma y broma.

Nando vive con su madre, María Fernández, con quien suele conversar entusiastamente. Ella lo animó a estudiar antes de que sufriera el accidente y aún estaba sano. “De aquí vamos a ir a la verbena, mamá”, le dice desde la penumbra. “¿Te irás en la moto o en tu silla?”, le pregunta ella, acercándose. “En mi silla”. La noche está fresca. Infinidad de insectos chillan a la distancia, entre los arbustos, la hierba. Nando puede estar sentado a lo mucho dos horas al día y sospeché que se había guardado para aquel evento: la serenata de un Aniversario más de Pucará.”No puedo estar más tiempo porque la piel de mis nalgas se ulceran y la última operación que me hicieron fue un injerto”, comenta mientras su tío y la madre lo alistan, colocándole incluso un dispositivo para que pueda miccionar sin problemas. Y pensar que hay un montón de personas que no sólo tienen todo el tiempo para estar sentados sino también parados y no han hecho absolutamente nada en la vida. “Te pongo tu colonia”, le pregunta su tío. Asiente. Y yo recuerdo lo que al día siguiente él me diría: “En realidad no sabía lo mucho que me querían si no fuera a partir del accidente”.

Nos fuimos rodando hacia la Plaza de Armas donde se realizaría la verbena. “Hola Nandito”, lo saludaban a cada paso. Él les respondía mencionándolos por su nombre. Nos detuvimos en una esquina del Parque para ver el espectáculo. Varios mototaxis estaban agolpados cerca del escenario y más de un centenar de personas pululaban en el entorno. La mayoría, jóvenes y adolescentes. Nando habló y coqueteó con una par de muchachitas. Yo fumé mi quinto cigarrillo.

Todo Pucará parecía conocerlo. ¿Y la política no te atrae? Sin duda le gustaba. Y uno de sus logros como estudiante – egresó como profesor de Primaria, siempre obteniendo el primer puesto - fue que como Secretario General del Concejo de Estudiantes del Instituto Pedagógico Pucará logró que se bajen las matriculas en un 25 %. “Hay gente que viene de las alturas donde sus padres ganan un diario de 5 a 7 soles por día y acá sus hijos tienen que pagar cuarto y comida. Es un gran sacrificio”. Aparte de ello fundó una Sede de la Fraternidad Cristiana de Personas Enfermas y con Discapacidad en su ciudad. “Puedo asumir cualquier responsabilidad, hasta ser alcalde”, nos diría al día siguiente, acostado en su cama. “Además, yo para qué quiero harta plata sino no tengo vicios. Mi estado no me lo permite. Solo sería feliz haciendo cosas buenas”.

Nando tuvo que regresar a las 11. Pero nosotros nos quedamos un poco más. Vi por primera vez quemarse un castillo, con un poco de temor pues estábamos a unos cinco metros. Son unos artistas los pirotécnicos. Y a eso de las doce empezó la fiesta. La gente sin perder tiempo salió a bailar en plena calle. Canciones desde Papillon hasta Daddy Yankee, pasando por los Enanitos Verdes o Michael Sambello. Las figuras de algunas muchachas estiraban las miradas de varios chicos. Las botellas de cerveza invadían también la calle y el calientito que distribuía gratis el alcalde era traído en botellas de gaseosa, según el tamaño de la sed. “A Nando le hubiera gustado quedarse”, nos decía su primo David. “Le gusta estar con la gente, divertirse sanamente”. Hicimos entonces un brindis por la amistad, el coraje y la inteligencia de Nando.

Lo primero que intentamos hacer al día siguiente fue hablar un rato más con él y luego partir a Chiclayo. Pero desde las 9 había ido a dar un examen. Se trataba del ingreso a una Segunda Especialidad. Cerca del mediodía, Indihira, amiga de la familia y colega de Nando nos invitó a dar un paseo por la Plaza y ver a la ciudad con la luz del sol, conocer un poco más.

Regresamos a eso de las dos de la tarde. Las calles parecían enormes saunas. La madre de Nando nos hizo pasar al cuarto de su hijo. Estaban viendo con David, el partido del Cienciano y no sé que otro equipo peruano. A los cinco minutos terminó el fútbol y empezamos a conversar. Nos contó que durante la fecha de su accidente tenía una enamorada de 16 años, 9 años menor que él, a quien amó en su tiempo y con la que estuvo hasta el 2003, pero tuvo que ser realista y le dijo que todo terminaba allí, que buscara otra persona. “Bien sabes que no me moveré de aquí, puedes venir a verme cuando quieras”, terminó diciéndole. “Ella dijo que volvería pronto y volvió, pero con un hijo”, dice al final de aquella historia, sin el menor rencor, compartiendo incluso una risa prolongada entre su primo y nosotros.

Con el apoyo de David nos muestra las constancias de sus dos diplomados que hizo en la Cantuta, el año 2005, uno en Gerencia y Calidad Educativa y el otro en Docencia Universitaria. Su cartón de Bachiller. Una revista en la que publicó un artículo y un abultado álbum de fotos en el que se le divisa aún sano. Sabe donde se hallan sus papeles, sus cosas. “Sin las personas que están a nuestro alrededor no fuéramos nada. Y tú lo sabes”, dice mirando esta silla de ruedas, mirándome a mí. Pero pese a ello sueña con dictar clases en una institución de enseñanza superior. Y tener una computadora portátil que le permita escribir y conocer más de esta tecnología. Le resultaría más cómodo escribir apenas tocando las teclas que usando aquel mecanismo de aluminio que un amigo le diseñó para coger el lapicero.

Con 15 operaciones y 18 transfusiones de sangre cree que aunque haya estado al borde de la muerte no está preparado para partir. “Una vez la vi tan cerca. Mis uñas se empezaron a moretear. Ya me iba pero los doctores me salvaron”. Y aún así ve el futuro con incertidumbre y de difícil trayecto, “la vida es lo más preciado que tenemos”. Nando sólo quiere extender el aire, asir sus sueños. Su lucha es constante. Nadie sabe lo que le sucederá mañana. Qué complicaciones podrá tener. Sin embargo persiste en ser un guerrero inquebrantable de la vida. “Ven a visitarme cuando sea. Sabes que siempre estaré acá”. La tarde se ha ido volando y nos despedimos, prometiéndole volver en junio.

Había sido una negligencia no comprar los pasajes con anticipación. A esa hora ni más tarde salían buses. De modo que en compañía de David fuimos a parar una vez más a la Plaza. Haciendo tiempo, hasta que llegué las diez y subamos a la pista para coger un bus pirata. Los días domingos son muy peculiares en Pucará. Los jóvenes acostumbran ir a dar unas vueltas por el Parque Principal a eso de las 8 y a las 10 se dirigen a cualquiera de las dos únicas discotecas que sólo abren ese día. Miriam y sus dos hermanas, primas también de David, se nos unieron. Sin embargo la hora corría de prisa. Nando llegó subido en la parte trasera del mismo mototaxi en que se accidentó y se dio un par de vueltas. A eso de las 10 y tantos lo volvimos a encontrar frente a la discoteca Reflejos, paradero ocasional de buses. Disfrutando el instante, cada minuto que le ofrecía la naturaleza y el estar en contacto con la gente. Ya en el bus, con destino a Chiclayo, sentí un poco de nostalgia y no hice más que abandonarme en el asiento, esperando volver cualquiera de estos días.